
Rosa Amor del Olmo
Introducción
Muhammad ibn Abd al-Karim al-Jattabi, conocido como Abd el-Krim, fue el líder rifeño que encabezó la rebelión contra el dominio colonial español (y más tarde francés) en el norte de Marruecos durante la Guerra del Rif (1921-1926). Su figura es altamente controvertida, objeto de interpretaciones opuestas. Para algunos autores españoles, Abd el-Krim fue un traidor ingrato que, tras disfrutar de privilegios bajo la tutela española, se volvió contra sus antiguos benefactores y perpetró matanzas atroces de soldados europeos –especialmente en el Desastre de Annual de 1921. También se le achaca haberse beneficiado de favores coloniales y luego alzado en armas por ambición personal, llegando a actuar como un agente geopolítico ambiguo con vínculos alemanes durante la Primera Guerra Mundiall. En cambio, en el discurso histórico marroquí y amazigh (bereber) suele presentarse a Abd el-Krim como un héroe de la resistencia anticolonial, precursor de los movimientos de liberación nacional y símbolo de la dignidad rifeña frente a la opresión extranjera. Este ensayo examina ambas visiones –la crítica y la apologética– para exponer el debate histórico en torno a Abd el-Krim, sin asumir una postura única sino confrontando los argumentos y evidencias de cada lado.
La visión crítica: traición, matanza y oportunismo

Desde la perspectiva de muchos historiadores y periodistas españoles (particularmente de corte conservador o militar), Abd el-Krim encarna la traición personificada. Se recuerda que provenía de una familia rifeña acomodada y aliada de España durante décadas. Su padre, un caíd local, colaboró con las autoridades coloniales, permitiendo por ejemplo el desembarco de tropas españolas en Alhucemas a cambio de pagos desde 1911. Gracias a esa relación, Abd el-Krim recibió educación privilegiada: estudió el bachillerato en centros españoles de Tetuán y Melilla, cursó Derecho Islámico en la Qarawiyyin de Fez y hasta asistió a la Universidad de Salamanca. Dominaba el español perfectamente y trabajó como traductor y funcionario indígena al servicio de la administración colonial en Melilla. Fue nombrado qadi (juez) de la corte de apelación para indígenas y profesor en la escuela de instrucción de melillenses musulmanes. Las autoridades españolas incluso lo condecoraron con la Cruz de Isabel la Católica y medallas al mérito militar, y lo consideraban un joven promesa “adicto” a España. De hecho, Abd el-Krim solicitó la nacionalidad española, declarando que sería “de los más adictos servidores de la nación española”.
Sin embargo –destacan estos críticos–, toda esa lealtad fue fingida. Pocos años antes del levantamiento, durante la Primera Guerra Mundial, Abd el-Krim fue sorprendido colaborando subrepticiamente con agentes alemanes, enemigos de Francia (y por extensión de los intereses hispano-franceses en Marruecos). En 1915 fue acusado de espionaje a favor de Alemania y encarcelado en la fortaleza de Rostrogordo (Melilla). Aunque un juez militar español sobreseyó su causa por falta de pruebas, permaneció preso por razones políticas –España no quería problemas con Francia en plena Gran Guerra– y resultó lesionado al intentar fugarse (se rompió una pierna, quedando cojo). España acabaría amnistiándolo y restituyéndolo en 1916, devolviéndole su puesto y su sueldo tanto a él como a su padre. No obstante, lejos de mostrarse agradecido, Abd el-Krim salió de prisión “lleno de rencor” y comenzó a planear en secreto la insurrección armada contra sus hasta entonces protectores. Para sus detractores, este giro confirma una naturaleza conspirativa y desleal: “A pesar de todo, fue un traidor”, sentencia un historiador español, tras reseñar cómo el rifeño pasó “de servir a España a ser su carnicero”.
El episodio central que alimenta la visión negativa es el llamado Desastre de Annual (1921). Abd el-Krim logró unir a las cábilas (tribus) rifeñas bajo su mando y lanzó una ofensiva contra las posiciones españolas en el Rif. Lo que comenzó como una derrota militar española se convirtió, según fuentes hispanas, en una auténtica masacre: alrededor de 10.000 soldados españoles fueron aniquilados durante la retirada caótica de Annuall. Relatos españoles, tanto de la época como contemporáneos, describen con espanto ejecuciones a sangre fría de prisioneros y heridos: se habla de degüellos, mutilaciones y agonías prolongadas de soldados abandonados sin agua bajo el sol abrasador. Durante dieciocho días, los rifeños habrían “estado matando españoles” de manera brutal, llegando a calificarse los hechos como un “genocidio” en el que no se respetó la vida de rendidos ni civiles. Se afirma que los cautivos españoles fueron torturados, mal alimentados y vejados constantemente, enterrando a los muertos donde caían. Este retrato extremadamente violento –divulgado por prensa y memorialistas militares– presenta a Abd el-Krim como un caudillo despiadado, responsable último de las atrocidades cometidas por sus hombres. Aún décadas después, sectores del ejército español recordaban Annual como una herida abierta: “las fuerzas rifeñas, bajo su mando… masacraron al ejército español”, escribe un general rememorando cómo Abd el-Krim fue el artífice de aquella humillante derrota nacional.
Los defensores de esta línea crítica enfatizan además el carácter oportunista y calculador del líder rifeño. Señalan que explotó los mecanismos coloniales en beneficio propio antes de sublevarse. Por ejemplo, existe documentación de que promovió concesiones mineras sospechosas: Abd el-Krim habría facilitado denuncias de supuestos yacimientos de oro y plata inexistentes en territorio rifeño, estafando a inversores europeos y cobrando jugosas comisiones por esas concesiones arbitrales en París. Con ese dinero, según esta tesis, financió la compra de armas y voluntades para consolidar su jefatura tribal y preparar la guerra. Es decir, utilizó astutamente la legalidad internacional y la codicia colonial para armarse contra los propios colonizadores. Asimismo, durante la rebelión, Abd el-Krim habría practicado una doblez notable en el terreno diplomático: mantenía conversaciones con enviados españoles prometiendo negociar una solución pacífica, pero tales promesas “fueron constantes y siempre falsas”, simples tácticas dilatorias para ganar tiempo y engañar a negociadores bienintencionados como el coronel Morales o el general Fernández Silvestre. Esta duplicidad alimentó la imagen de un líder cínico, que no dudaba en romper su palabra cuando le convenía.
Incluso su proyecto político y su posterior trayectoria son cuestionados por estos historiadores críticos. Aunque algunos autores extranjeros románticamente lo pintaron como un revolucionario modernizador, la realidad de la República del Rif fundada por Abd el-Krim (1923-1926) distó de ser idílica. Su administración fue primitiva y autoritaria, carente de una ideología modernizadora sólida. Abolió ciertos impuestos tradicionales abusivos, pero los sustituyó por una policía secreta implacable y cárceles terribles donde impuso una dura represión. Lejos de instaurar una democracia tribal ideal, gobernó de forma personalista, enfrentándose incluso a poderosos sectores religiosos locales (como la influyente hermandad Darqawiya) que rechazaban su liderazgo y su reformismo musulmán percibido como heterodoxo. Así, su supuesta unidad rifeña nunca fue completa: su liderazgo no fue total ni incontestado, en opinión de historiadores como C.R. Pennell. Esto matiza la imagen de Abd el-Krim como héroe unificador, subrayando más bien sus limitaciones y focos de oposición interna.
Finalmente, su retirada y exilio también se interpretan negativamente. Tras ser acorralado por la ofensiva conjunta franco-española (Desembarco de Alhucemas, 1925), Abd el-Krim optó por rendirse a Francia antes que a España, calculando que el castigo galo sería más benigno. En efecto, las autoridades francesas le concedieron un cómodo confinamiento en la isla de La Reunión (Océano Índico). Allí vivió desde 1926 hasta 1947, prácticamente como un desterrado próspero, acumulando una “gran fortuna” según fuentes españolas. Su entrega a Francia es vista por algunos como un acto de cobardía o pragmatismo frío, eludiendo enfrentar la justicia española que lo consideraba un criminal de guerra. Peor aún, tras escapar de La Reunión e instalarse en Egipto en 1947, Abd el-Krim siguió actuando como un agente agitador internacional. Encabezó en El Cairo el llamado Comité de Liberación del Magreb Árabe, apoyando movimientos anticoloniales en el norte de África e impulsando la resistencia armada contra Francia y España hasta bien entrada la década de 1950. Lo hacía despreciando abiertamente al rey de Marruecos independiente –Mohammed V–, al que calificaba de títere de los franceses. Rechazó regresar a Marruecos tras la independencia de 1956 pese a la amnistía ofrecida, negándose a reconocer la monarquía alauí; en su lugar, permaneció en el exilio hasta su muerte en 1963. Este posicionamiento antisistema, enfrentado incluso al nuevo Estado marroquí, refuerza en la óptica de sus detractores la idea de que Abd el-Krim no fue un mero patriota libertador, sino un auténtico rebelde crónico, incapaz de insertarse en un orden establecido. En resumen, la visión crítica lo retrata como un hombre ingrato, sanguinario y oportunista, cuyo legado está teñido por la traición y la violencia despiadada.

El discurso marroquí y amazigh: héroe anticolonial y símbolo de resistencia
Frente a estas caracterizaciones severas, la historiografía oficial marroquí y buena parte del imaginario popular en Marruecos ofrecen un retrato mucho más benévolo y épico de Abd el-Krim. En el discurso nacional marroquí, especialmente desde la independencia (1956) en adelante, Abd el-Krim es celebrado como un héroe de la lucha anticolonial, equiparable a los grandes líderes de las independencias del siglo XX. Se le considera el pionero que por vez primera derrotó a una potencia colonial europea en suelo africano, inspirando con ello a movimientos de liberación posteriores. De hecho, varios historiadores foráneos han apuntado que la guerra de guerrillas rifeña anticipó tácticas que luego emplearían figuras como Mao Zedong o Ho Chi Minh en Asia, e incluso revolucionarios latinoamericanos como Fidel Castro estudiaron el ejemplo de Abd el-Krim en la Sierra Maestra. Su breve República del Rif es vista, desde esta perspectiva, como el primer Estado libre del norte de África en la era moderna, un antecedente del panarabismo y del panafricanismo antiimperialista. Autores como David S. Woolman han llegado a calificar a Abd el-Krim de “gran reformador y líder militar”, ensalzando su papel como precursor de los movimientos emancipadores de las colonias africanas.
En Marruecos, la narrativa patriótica subsume la figura de Abd el-Krim dentro de la genealogía de la independencia nacional. Es decir, pese a que su rebelión ocurrió en tiempos del protectorado (cuando aún reinaba el sultán bajo control francés) y tuvo un carácter regional rifeño, tras 1956 se le reconvirtió simbólicamente en un héroe nacional marroquí. La historiografía marroquí de corte oficial tiende a presentar a Abd el-Krim en términos muy positivos: un líder íntegro, valiente, guiado por el ideal del nacionalismo emergente que luego cristalizaría en la independencia del país. Esta visión destaca su dimensión de patriota anticolonial por encima de cualquier ambición personal. Así, se subrayan episodios como su famosa carta de 1924 enviada a los pueblos de América Latina, donde proclamaba el derecho sagrado de los pueblos a gobernarse a sí mismos y llamaba a “sacudir el yugo” de las potencias coloniales. En ese mensaje, Abd el-Krim se mostraba orgulloso de luchar por la libertad de Marruecos y comparaba su causa con las gestas libertadoras de Bolívar, San Martín o los independentistas cubanos, insistiendo en que los rifeños estaban “dispuestos a sacrificar vidas y haciendas para constituirnos en pueblos libres”. También afirmaba no odiar al pueblo español, sino culpar al imperialismo capitalista europeo y a las “castas militares y católicas” de España de haber arrastrado a ambos pueblos a una guerra cruel. Esta retórica, recordada en Marruecos, presenta a Abd el-Krim como un líder ilustrado y justiciero, más que como un fanático sanguinario.

El pueblo rifeño y bereber (amazigh) en general ha mantenido una veneración especial por Abd el-Krim, a quien consideran símbolo de su identidad y resistencia. En el Rif –región de población mayoritariamente amazigh– su memoria es omnipresente como la del héroe local por excelencia (“el León del Rif”). Durante décadas, las autoridades del Marruecos independiente trataron con cierto recelo la exaltación excesiva del legado rifeño, dado el potencial desafío al relato centralista del Estado. Algunos temas asociados a Abd el-Krim fueron incluso tabú en la historiografía oficial por su conexión con identidades regionales y pasadas rebeldes. No obstante, en años recientes ha habido una revalorización más abierta. Entre 2016 y 2017, por ejemplo, durante el Hirak (movimiento de protesta social en la región del Rif), los manifestantes enarbolaron banderas históricas de la República del Rif y reivindicaron públicamente la figura de Abd el-Krim como símbolo de la lucha popular contra la opresión. En ese contexto, sectores de la sociedad civil amazigh enfatizaron su dimensión estrictamente rifeña, separándola un poco de la narrativa nacional marroquí: rescataron a Abd el-Krim como símbolo de la amazighidad y del orgullo local, más allá de su papel en el nacionalismo marroquí global. Esta dualidad en el recuerdo –héroe nacional para Marruecos, pero también héroe regional bereber– muestra la complejidad de su legado. En cualquier caso, dentro del imaginario marroquí prevalece una imagen positiva: la de un líder valiente que se enfrentó al colonialismo en defensa de la tierra y la dignidad de su pueblo.
Cabe mencionar que este discurso laudatorio marroquí tiende a omitir o minimizar “las sombras” de Abd el-Krim. Estudios críticos señalan que en la producción histórica marroquí de las últimas décadas existe una visión algo idealizada del emir rifeño, que “silencia muchas de las sombras y contradicciones” de su trayectoria. Por ejemplo, raramente se enfatiza en Marruecos su faceta autoritaria o los errores militares que pudo cometer, ni mucho menos se le responsabiliza de crueldades en Annual –hechos que, cuando se reconocen, suelen atribuirse al caos propio de la guerra más que a órdenes suyas. Asimismo, la colaboración inicial de Abd el-Krim con el régimen del protectorado se reinterpreta no como traición, sino como parte de un proceso: algunos historiadores marroquíes sugieren que trabajó dentro de la administración colonial solo como medio para mejorar las condiciones de su pueblo, hasta que comprendió la imposibilidad de reforma y optó por la insurgencia armada. Esta lectura lo muestra casi como un funcionario “encubierto” que acabó despertando a la causa patriótica. Las alianzas tácticas o treguas que ofreció a los españoles se presentan como intentos sinceros de evitar derramamiento de sangre inútil, más que duplicidades. En síntesis, la narrativa marroquí-afín dibuja a Abd el-Krim con los rasgos del héroe legendario: valiente, astuto en la guerra de guerrillas, líder nato capaz de movilizar a su pueblo, y mártir voluntario del exilio antes que ceder en sus principios.
Debate histórico y memoria enfrentada

La disparidad entre ambas visiones –la crítica “española” y la laudatoria “marroquí/amazigh”– refleja, en gran medida, las heridas históricas y los prismas nacionales distintos a través de los cuales se interpreta la Guerra del Rif. Cada parte acentúa los aspectos del relato que confirman su propia memoria colectiva: para España, Abd el-Krim encarna el enemigo artero responsable de una catástrofe militar y humanitaria; para Marruecos (y en especial el Rif), encarna la resistencia legítima contra un orden colonial impuesto y explotador.
Es revelador cómo cada lado pone el énfasis en las atrocidades del contrario. Mientras numerosas crónicas españolas insisten en las crueldades rifeñas de Annual (las ejecuciones de prisioneros, la “matanza” indiscriminada de 1921), las fuentes marroquíes y bereberes recuerdan sobre todo la represión brutal desatada por España tras Annual. Y es cierto que, tras aquella derrota, el Ejército español respondió con furia: lanzó una campaña de “reconquista” del Rif aplicando la violencia más extrema. La guerra se volvió aún más salvaje; por ejemplo, la Legión Española era conocida por no hacer prisioneros entre los rifeños. España empleó tácticas de castigo colectivo, incluyendo el bombardeo aéreo indiscriminado de poblados y zocos (ataques que ya antes de Annual habían cobrado vidas civiles). Lo que es más, en 1924-1927 España hizo un uso pionero y sistemático de armas químicas (gas mostaza, fosgeno, etc.) contra las aldeas rifeñas –una decisión letal cuyo efecto sobre la población civil se comparó luego con Gernika, pues envenenó tierras y causó estragos sanitarios durante generaciones. Hasta hoy, España no ha reconocido plenamente esta política de guerra química ni reparado sus consecuencias, algo muy presente en la memoria del Rif un siglo después. Así pues, desde la óptica marroquí, si hubo barbarie no fue únicamente la de Annual: la respuesta colonial fue igualmente bárbara o peor, convirtiendo al Rif en un escenario de pruebas brutales (a veces se recuerda que Chauen, bombardeada con gas en 1925, fue “antesala de Gernika”). Este intercambio de acusaciones históricas muestra que la verdad del conflicto tiene matices: la guerra del Rif fue extraordinariamente cruenta en ambos bandos, alimentada por un círculo de violencia y deshumanización mutuas. Cada narrativa nacional tiende a justificar “lo propio” (los rifeños ven Annual como una victoria legítima contra ocupantes extranjeros; los españoles justificaron la represión siguiente como necesaria para restaurar su honor y autoridad), a la vez que demoniza “lo ajeno”.
Los historiadores contemporáneos tratan de navegar entre estas interpretaciones encontradas, aportando contexto y matices. Un hecho indiscutible es que Abd el-Krim fue producto de su tiempo: un notable rifeño educado bajo el sistema colonial que, enfrentado a las contradicciones del mismo (falta de desarrollo real en el Rif, discriminación, abusos militares), optó por liderar una insurrección anticolonial. Que en España se le viese como “ingrato” es comprensible, pero desde la perspectiva marroquí su evolución puede interpretarse como la de alguien que tomó conciencia nacional. Es decir, lo que unos llaman traición, otros lo llaman liberación. Del mismo modo, las tácticas guerrilleras que resultaron tan letales para el ejército español eran en el fondo las únicas disponibles para un pueblo tecnológicamente inferior que se jugaba su supervivencia. En palabras del propio Abd el-Krim, su pueblo “deseaba que los españoles desistieran de su inútil heroísmo, evacuando Marruecos… para dejarnos emprender la obra de paz” y progreso que anhelaban. Esta frase, citada en su mensaje a Hispanoamérica, encapsula la reivindicación rifeña: no buscaban exterminar a los españoles por odio étnico, sino expulsar al colonizador para construir su propio destino.

En la actualidad, la figura de Abd el-Krim sigue suscitando debates apasionados. En España, su nombre todavía evoca polémica; es recordado en academias militares y libros de historia militar como un enemigo temible responsable de la peor derrota sufrida “en nuestra larga historia”. Su legado allí quedó asociado a la necesidad de modernizar el Ejército y a las lecciones aprendidas de una guerra irregular donde un puñado de guerrilleros humillaron a una potencia europea. En Marruecos, por otro lado, Abd el-Krim ocupa un lugar de honor (aunque discretamente, sin excesos oficiales): su estatus de héroe anticolonial es reconocido, pero también se cuida de no exaltar un regionalismo rifeño que incomode a la narrativa nacional unitaria. No obstante, en la memoria colectiva del Rif, él sigue siendo el gran héroe popular, referente incluso para nuevas generaciones que protestan por la justicia y el desarrollo de la región.
Tras la independencia de Marruecos en 1956, la figura de Abd el-Krim entró en una suerte de limbo histórico. Por un lado, el nuevo relato nacional necesitaba iconos de la resistencia contra Francia y España –y Abd el-Krim encajaba en ese panteón–, pero por otro lado su historial republicano y su desafío a la autoridad central chocaban con la narrativa oficial impulsada por la monarquía. El régimen del rey Mohammed V “majzenizó” la memoria de Abd el-Krim: lo elevó a símbolo marroquí de la lucha anticolonial en paralelo al monarca, símbolo de la unidad del país, reconvirtiendo su rebelión rifeña en una causa patriótica por la independencia nacional. La historiografía oficial de las décadas posteriores lo ensalzó como “patriota por antonomasia” y primera figura de la resistencia armada, equiparándolo a los líderes nacionalistas del partido Istiqlal. Sin embargo, esta reivindicación fue selectiva y condicionada. Como señala el historiador Ignacio Cembrero, “su figura ha sido vista con recelo por la monarquía marroquí porque, además de ser republicano, su lucha por la independencia estuvo teñida de nacionalismo rifeño”elpais.com. En efecto, Abd el-Krim representaba también el despertar de una identidad amazigh regional poco afín a la idea de un Estado marroquí unitario centrado en Rabat.
Consecuentemente, la memoria institucional optó por honrar al héroe anticolonial, pero silenciar todo aquello que pudiera alimentar “desviaciones” regionalistas. En las décadas posteriores a 1956, las autoridades borraron en buena medida el rastro del Rif en la historia oficial. De hecho, los estudios sobre memoria histórica marroquí revelan que, con la única salvedad de Abdelkrim, la memoria colectiva oficial de Marruecos silenció cualquier huella del norte del país en su historia y percibió en clave negativa a rifeños y españoles. Así, la guerra del Rif –con sus héroes, mártires y víctimas rifeñas– fue prácticamente omitida o minimizada en los libros de texto, al igual que la brutal represión que sufrió la región tras la independencia.
El único nombre rescatado fue el de Abd el-Krim, pero despojado de su contexto rifeño. Activistas culturales han denunciado que la historia de Abd el-Krim fue “falseada” en los manuales escolares: se lo presenta combatiendo a franceses y españoles “por el trono marroquí”, sin mención alguna de su proyecto republicano independentista –un tema tabú en la historiografía oficial. En otras palabras, el Estado convirtió a Abd el-Krim en héroe nacional a condición de amputarle aquello que incomodaba: su identidad amazigh rifeña y su desafío al makzen (el poder central).
Este pacto tácito de la memoria oficial tuvo serias implicaciones. Mientras Abd el-Krim era integrado de forma simbólica al panteón nacional, el Rif real permaneció marginado. En 1958-59, apenas dos años después de la independencia, la región se rebeló de nuevo contra el olvido y la pobreza endémica. Los rifeños sublevados llegaron a exigir –como parte de sus demandas– el regreso de “Moulay Mohand” del exilio y la retirada de las tropas foráneas del norte. La respuesta del Estado fue contundente: el entonces príncipe heredero Hassan II dirigió personalmente una durísima campaña militar para sofocar la revuelta, empleando incluso napalm y artillería pesada contra aldeas rifeñas. Miles de civiles murieron o sufrieron represión durante aquella operación, sellando por décadas una brecha de desconfianza entre el Rif y el poder central. Hassan II, que nunca perdonó el espíritu indómito de la región, agravó la herida con declaraciones despectivas –llegó a calificar a los rifeños de “escoria”– y un castigo económico: durante su largo reinado (1961-1999) nunca puso pie en el Rif y dejó la zona en el abandono.
En este contexto, la figura mítica de Abd el-Krim se convirtió aún más en un símbolo contracultural: la encarnación de un Rif orgulloso, rebelde y traicionado. En la memoria popular rifeña, los acontecimientos se enlazaron como capítulos de una misma saga: de la iperita (gas mostaza) arrojada por los españoles en los años 20 al napalm lanzado por el Ejército marroquí en 1958, de la República del Rif aplastada en 1926 a la autonomía cercenada en la era independiente. Abd el-Krim preside, como un espíritu tutelar, ese relato de resistencia y agravio histórico que el Rif transmite de generación en generación. No sorprende que exista incluso un cancionero popular rifeño dedicado a “Moulay Mohand” y a los héroes de Annual, manteniendo viva su memoria fuera de los libros oficiales.
Con la llegada al trono de Mohamed VI en 1999, Marruecos inició tímidos pasos para reconciliarse con este pasado silenciado. El joven monarca –hijo de Hassan II– pareció reconocer que no podía haber “reconciliación real con el Rif” sin saldar la deuda moral con Abd el-Krim. En 2004, Mohamed VI creó la Instancia Equidad y Reconciliación (IER) para investigar la represión pasada y proponer medidas de reparación. Fue en ese marco donde, por primera vez, un organismo oficial sugirió honrar abiertamente la figura de Abd el-Krim. “Para reintegrar a la población del Rif en nuestra historia nacional era necesaria una reparación colectiva, y ello implica tomar en cuenta al personaje de Abdelkrim” –afirmó Driss Yazami, miembro de la IER, al anunciar un plan de repatriar los restos del líder rifeño. La noticia causó enorme expectativa: por fin se atendía una vieja aspiración rifeña. Los planes preveían trasladar el cuerpo de Abd el-Krim desde El Cairo hasta Axdir, su aldea natal junto a Alhucemas, y erigir allí un mausoleo o museo en su honor. En señal de buena voluntad, Mohamed VI viajó al Rif y recibió a los hijos de Abd el-Krim en 2000, rompiendo el hielo tras décadas de ostracismo oficial. Sin embargo, los gestos no se tradujeron en hechos plenos. Han pasado más de veinte años desde aquel anuncio y, hasta hoy, Abd el-Krim sigue enterrado en el cementerio de los héroes en El Cairo. La prometida repatriación nunca se materializó –según diversas fuentes, Rabat congeló el proyecto por temor a “potenciar un héroe del nacionalismo rifeño”– y con ella se esfumó también la idea del museo en Axdir. En la práctica, el Estado marroquí continúa sin brindar a Abd el-Krim un homenaje físico en suelo patrio: no existen monumentos nacionales ni festividades oficiales que lleven su nombre. Su legado permanece así en un limbo, reconocido en el discurso, pero ausente en la iconografía estatal.
Paradójicamente, mientras la memoria “oficial” de Abd el-Krim sigue marcada por titubeos y silencios, su figura goza de una segunda vida en la calle y en los movimientos sociales. En el Rif actual, Abd el-Krim es recordado no sólo como capítulo histórico sino como referencia viva en la lucha contra la injusticia. Las protestas populares de las últimas décadas lo han reivindicado abiertamente. Durante la Primavera Árabe marroquí de 2011, activistas izaron banderas de la República del Rif junto a la enseña amazigh para subrayar las demandas de dignidad regional. Y en 2016-2017, el movimiento rifeño “Hirak” –surgido tras la trágica muerte del joven Mohsin Fikri– se apropió del legado de Abd el-Krim como nunca antes: en cada manifestación multitudinaria en Alhucemas se vieron retratos del caudillo rifeño y se enarbolaron las viejas banderas tricolores de la República del Rif junto a las banderas bereberes. Esa iconografía fue un mensaje elocuente. La movilización en Alhucemas asocia la bandera amazigh, la de la república del Rif y las consignas sociales y democráticas contra el majzén, señalando cómo el Hirak vinculó la lucha socioeconómica presente con la identidad cultural e histórica del Rif. Los jóvenes coreaban consignas llamando “¡Moulay Mohand, vuelve con tu pueblo!”, equiparando simbólicamente al encarcelado líder del Hirak (Nasser Zefzafi) con el exiliado Abd el-Krim de antaño. No es casualidad que los organizadores del Hirak convocasen su gran manifestación final el 20 de julio de 2017, coincidiendo con el 96º aniversario de la victoria de Annual –un guiño explícito a la gesta de Abd el-Krim.
De este modo, el fantasma del legendario emir rifeño volvió a recorrer las calles del norte de Marruecos, encarnando la exigencia contemporánea de “dignidad y justicia” frente al olvido. El poder central acusó el golpe: a decir de analistas, la invocación del nombre de Abd el-Krim irritó profundamente al régimen de Mohamed VI, recordándole que el Rif no olvida fácilmente.
El legado de Abd el-Krim trasciende incluso las fronteras de Marruecos. En la vecina Argelia, algunos sectores nacionalistas e identitarios ven en él a un precursor de la resistencia anticolonial argelina (recordando que combatió también a Francia y apoyó la independencia argelina desde Egipto). En general, para el vasto movimiento cultural amazigh del Magreb –que abarca desde el Rif hasta la Cabilia argelina y las montañas del Atlas– Abd el-Krim ocupa un lugar de honor en el panteón de sus “héroes autóctonos”. Es citado junto a la reina bereber Dihya (“Kahina”) o el rey Jugurta como símbolo de la larga lucha de los pueblos amazigh por su libertad e identidad. Su nombre bautiza asociaciones culturales, colegios en la diáspora y es referente en debates sobre los derechos de las minorías indígenas norteafricanas. La figura de Abd el-Krim también ha empezado a ser revalorizada por intelectuales marroquíes en clave más plural: ensayos, documentales y novelas recientes lo retratan con matices, reivindicando tanto su dimensión amazigh e islámica como su visión modernizadora (fundó escuelas, impulsó la prensa y las infraestructuras en el Rif). Poco a poco, va dejando de ser un “fantasma” para convertirse en un puente entre el pasado y las discusiones del presente sobre descentralización, memoria histórica y diversidad cultural en Marruecos.
En conclusión, Abd el-Krim al-Jattabi encarna un legado tan poderoso como incómodo. Para el pueblo rifeño, es un patriota y mártir, el “León del Rif” que defendió su tierra hasta el final; para el Estado, fue durante mucho tiempo un rebelde cuyo recuerdo había que dosificar con cuidado. Esa tensión se refleja en su destino póstumo: admirado en cánticos populares pero omitido en los fastos oficiales; reivindicado en las calles del Rif pero aún sin mausoleo en la capital del reino. A sus 140 años de su nacimiento, Abd el-Krim sigue siendo, en cierto modo, un ausente muy presente: el héroe venerado al que Marruecos todavía no se atreve a traer a casa. Su memoria late en la voz del pueblo y en los rincones del Rif –en canciones, en nombres susurrados, en banderas tricolores guardadas como tesoros familiares–, esperando el día en que la historia oficial y la memoria popular por fin se reconcilien frente a su tumba en Axdir.
En conclusión, Abd el-Krim se sitúa en esa franja ambigua entre héroe y villano, dependiendo del cristal con que se le mire. La historiografía crítica –particularmente la de raíz española– resalta su faceta de rebelde implacable, capaz de traicionar alianzas y ejercer la violencia sin piedad en pos de sus objetivos. En cambio, la historiografía marroquí y la visión amazigh lo ensalzan como paladín anticolonial, casi un mito fundacional que encarna el derecho de los pueblos a sacudirse el yugo extranjero. Ni una visión ni la otra por sí solas agotan la complejidad del personaje. La realidad histórica –como señalan investigadores más ecuánimes– es que Abd el-Krim fue un líder carismático y astuto, con luces y sombras: supo canalizar el descontento rifeño contra un régimen colonial injusto, logrando éxitos militares sonados, pero también cometió errores y excesos, y su proyecto político no estuvo exento de contradicciones internas. Su figura refleja las tensiones de una época de colisiones culturales y nacionales. Por ello, el debate en torno a Abd el-Krim no se reduce a etiquetarlo como “traidor” o “héroe” de forma unívoca, sino que permanece abierto, obligándonos a contemplar la complejidad de la historia colonial: una historia donde la valentía y la ferocidad, la lealtad y la traición, el idealismo y el interés personal, a menudo se entrelazan de forma inseparable en personajes como el legendario caudillo del Rif.
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- El Salto Diario. (2020). “Abd el-Krim: símbolo de resistencia amazigh y memoria silenciada en Marruecos”. Disponible en: elsaltodiario.com.
Fuentes de referencia general y divulgación
- Wikipedia (edición francesa). (2024). “Abd el-Krim: Biographie et résistance anticoloniale”. Disponible en: fr.wikipedia.org.
- ResearchGate. (2021). “Estudios sobre memoria colectiva y conflicto histórico en el Rif”. Artículos académicos recientes. Disponible en: researchgate.net.
- World Economic Forum. (2021). “El legado de Abd el-Krim y el desafío amazigh en el Marruecos moderno”. Disponible en: es.weforum.org.
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