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Ibn Battuta: el viajero marroquí clásico del siglo XIV

Enrique Fraguas (UNIR)

Ibn Battuta (1304-1368/69) fue un viajero, geógrafo y escritor marroquí, célebre por haber realizado el periplo más extenso de la Edad Media y plasmarlo en una crónica conocida como su Rihla (relato de viaje). Nacido en Tánger durante el Sultanato benimerín, dedicó casi treinta años de su vida a recorrer los territorios del mundo conocido de su época –desde el norte de África y al-Ándalus hasta Oriente Medio, India, Asia Central, el sureste asiático y China– superando en distancia y duración los viajes de su contemporáneo Marco Polo. Su relato de viajes, dictado a su regreso en 1354 al erudito andalusí Ibn Juzayy por encargo del sultán de Fez, se ha convertido en una obra clásica de la literatura árabe y una fuente histórica fundamental para el estudio de la época medieval islámica.

Biografía y contexto histórico

Ibn Battuta nació en Tánger el 24 de febrero de 1304, en el seno de una familia de juristas musulmanes acomodados. En aquel entonces Marruecos formaba parte de la dinastía Meriní, en un contexto de intensa interacción cultural con al-Ándalus y otras regiones del mundo islámico. Desde el siglo XII se había vuelto común que eruditos y devotos del Magreb emprendieran largos viajes hacia Oriente, motivados por la peregrinación a La Meca, la búsqueda de conocimiento en prestigiosos centros como El Cairo o Damasco, el comercio, o simplemente el afán de aventura. Con 21 años, Ibn Battuta decidió unirse a esa tradición viajera: partió de su ciudad natal en junio de 1325 con el propósito inicial de cumplir el hajj (peregrinación a La Meca) y proseguir sus estudios jurídicos en tierras orientales. Aquel sería el inicio de un periplo extraordinario que se prolongaría por más de dos décadas.

Durante sus viajes, Ibn Battuta atravesó la costa norte de África hasta Egipto, continuó hacia la península arábiga donde visitó las ciudades santas de Medina y La Meca, y desde allí amplió constantemente su ruta. Recorrió extensamente el Oriente Próximo, Persia e Irak; navegó por la costa del África oriental llegando a lugares como Somalia, Zanzíbar y otras islas del Índico; se adentró en el subcontinente indio, donde sirvió durante varios años como cadí (juez) en el sultanato de Delhi; viajó a regiones de Asia Central y entró en territorios bajo dominio de la Horda de Oro mongola; atravesó las estepas hasta llegar a las fronteras de China, visitando posiblemente ciudades como Hangzhou o Quanzhou. Tras alcanzar los confines orientales, emprendió el regreso a Marruecos alrededor de 1349, pero aún realizó posteriormente dos importantes excursiones más: una al al-Ándalus (visita al reino nazarí de Granada) y otra al África subsahariana, llegando hasta el Imperio de Malí y la legendaria ciudad de Tombuctú. Finalmente, en 1354 Ibn Battuta se estableció de nuevo en Fez, la capital meriní, poniendo fin a 24 años continuos de viajes ininterrumpidos. Había recorrido en total cerca de 120.000 kilómetros (unas 75.000 millas), conociendo multitud de países y más de un millar de personajes a lo largo de sus travesías.

Mapa ilustrativo de las rutas principales de los viajes de Ibn Battuta a través de África, Europa y Asia en el siglo XIV (colores indican diferentes etapas de sus tres grandes periplos).

De regreso en Marruecos, Ibn Battuta fue recibido por el sultán Abu Inan Faris. A instancias de este monarca meriní, el viajero procedió a relatar por escrito sus andanzas y observaciones, con el objetivo de aportar al soberano valiosa información geográfica, política y cultural sobre las tierras remotas que había visitado. Para ello contó con la ayuda del joven poeta andalusí Ibn Juzayy, a quien había conocido años antes en la corte de Granada. La redacción de la obra concluyó alrededor de 1355, tras lo cual Ibn Battuta pasó sus últimos años trabajando como juez (qadi) en Marruecos. Poco se sabe con certeza sobre el final de su vida; las crónicas señalan que murió en Fez hacia 1368 o 1369. En la medina de Tánger se conserva un pequeño mausoleo familiar que se considera su tumba, hoy lugar de visitas y oraciones en su honor.

Mausoleo de Ibn Battuta en la ciudad de Tánger (Marruecos), donde reposan los restos del célebre viajero.

La Rihla: el relato de sus viajes

La obra principal de Ibn Battuta es el libro de sus viajes, comúnmente conocido simplemente como la Rihla (término árabe que significa “viaje” o “relato de viaje”). El título completo de la crónica, según figura en los manuscritos, es significativo por sí mismo: Tuḥfat an-Nuẓẓār fī Gharāʾib al-Amṣār wa ‘Ajāʾib al-Asfār, que puede traducirse como “Una ofrenda para quien contempla las maravillas de las ciudades y las curiosidades de los viajes”. Tal denominación refleja el carácter misceláneo y asombroso del contenido. En sus páginas, Ibn Battuta describe con detalle los lugares que visitó, las gentes que conoció, sus costumbres, creencias, fiestas, vestimentas y alimentos, así como sucesos extraordinarios que presenció u oyó narrar. Se trata de un relato autobiográfico en primera persona, estructurado conforme al itinerario cronológico y geográfico de su largo periplo. La Rihla combina así datos históricos, geográficos, folklóricos y etnográficos con anécdotas personales, observaciones sociológicas y descripciones vívidas de paisajes y ciudades, todo ello entrelazado por la mirada curiosa del viajero.

Dado que Ibn Battuta no llevó un diario durante sus viajes ni contó con mapas propios, la elaboración de la Rihla se basó en gran medida en su memoria y en fuentes escritas de viajeros anteriores. El cronista Ibn Juzayy, encargado de transcribir su dictado, era un literato refinado que ayudó a dar forma al texto e incorporó pasajes de otras obras cuando era necesario completar la información. Por ejemplo, al describir algunas ciudades de Oriente Próximo como Damasco, La Meca o Medina –que el propio Ibn Battuta visitó– se copiaron fragmentos casi textuales del relato del viajero andalusí Ibn Jubayr, escrito 150 años antes. Del mismo modo, ciertas descripciones de Palestina provinieron de la rihla de Muhammad al-Abdari (siglo XIII). Estas inclusiones no eran citadas explícitamente por Ibn Juzayy, presentándose en la obra como si fueran observaciones directas de Ibn Battuta. A pesar de ello, la voz y experiencia personal del viajero marroquí dominan la narración: la Rihla conserva el tono testimonial y la perspectiva única de Ibn Battuta, enriquecida con aportes literarios de sus predecesores para ofrecer un panorama completo del mundo islámico de la época.

Publicada originalmente en árabe en 1355, la Rihla de Ibn Battuta representa una forma clásica de la literatura árabe de viajes. El género de la rihla tenía ilustres antecedentes: siglos antes Abu Hamid al-Garnati (un andalusí del XII) y, sobre todo, Ibn Jubayr de Valencia (1145-1217) habían escrito memorables diarios de peregrinación y viaje que inauguraron esta tradición literaria en al-Ándalus y el Magreb. Ibn Battuta se inscribe en esa continuidad, pero su obra la lleva a la cumbre. La amplitud de sus recorridos le permitió incluir regiones nunca antes descritas con tanta profusión por un autor magrebí –desde los imperios del África negra hasta las cortes del lejano Oriente–, aportando informaciones inéditas para sus contemporáneos. Por ejemplo, fue el primer escritor árabe en documentar de primera mano las sociedades de las islas Maldivas y la costa suajili de África, o en dejar testimonio detallado del Imperio del Malí en pleno apogeo de los mansa (reyes) de Tombuctú. Tales aportaciones originales confieren a su libro un enorme valor histórico y antropológico, más allá de su indudable mérito literario.

Estilo literario y análisis de su narrativa

El estilo literario de Ibn Battuta en su Rihla destaca por su carácter descriptivo, dinámico y personal. A diferencia de otros relatos de viaje más técnicos o escuetos, la crónica de Ibn Battuta da gran importancia al aspecto artístico y narrativo, lo que la distancia de obras precedentes del mismo género. Ibn Juzayy vertió el testimonio del viajero en una prosa elegante en árabe clásico, salpicada ocasionalmente de rimas y citas poéticas, recurso estilístico heredado de escritores andalusíes como Ibn Jubayr. No obstante, la Rihla de Ibn Battuta no es un texto árido ni meramente erudito, sino una narración vívida en la que el autor comparte sus percepciones subjetivas, emociones y juicios sobre lo que encuentra. Este tono cercano –que hoy calificaríamos de costumbrista en muchos pasajes– resulta inusual para la literatura de viajes de su tiempo y aporta una dimensión humana a la obra. Por ejemplo, Ibn Battuta no oculta sus asombros ni choques culturales: se maravilla ante la grandeza de ciudades como Alejandría o Deli, pero también expresa su rechazo hacia ciertas costumbres locales que contravenían su visión ortodoxa del islam (como la libertad de las mujeres turcas o la vestimenta ligera en Maldivas). Estas observaciones revelan tanto la mentalidad del propio viajero como la diversidad cultural del mundo que recorrió, y hacen de la lectura de la Rihla una experiencia rica en matices sobre la alteridad medieval.

Los estudiosos han comparado a menudo a Ibn Battuta con Marco Polo, dado que ambos fueron grandes trotamundos del siglo XIII-XIV cuyos relatos ofrecen ventanas a civilizaciones lejanas. Sin embargo, las crónicas de uno y otro presentan diferencias notables en estilo y propósito. Mientras que Marco Polo –mercader veneciano– se enfocó más en itinerarios comerciales, productos y descripciones algo enumerativas, Ibn Battuta viajó movido por ideales espirituales, intelectuales y por un insaciable afán exploratorio, lo que se refleja en un relato más detallado y emocional. De hecho, Ibn Battuta recorrió bastantes miles de kilómetros más que Polo (quien viajó cerca de la mitad de la distancia) y durante más años, visitando también regiones del África islámica que el europeo nunca pisó. Su obra incorpora sus impresiones personales, sus alegrías y penalidades (“placeres y sinsabores” en palabras de sus traductores), dando como resultado una narrativa más vivaz y envolvente que la de su homólogo italiano. Esta orientación literaria, centrada tanto en lo externo observado como en la experiencia interna del viajero, hace de la Rihla de Ibn Battuta un texto pionero en combinar geografía, autobiografía y aventura de forma cohesionada. Es precisamente esta cualidad la que ha llevado a considerar la obra de Ibn Battuta no solo un documento histórico, sino también un clásico imperecedero de la literatura de viajes en lengua árabe.

Recepción, impacto cultural y legado

Pese a la importancia intrínseca de la Rihla, la difusión de la obra de Ibn Battuta fue limitada durante siglos. En el propio mundo musulmán su relato quedó parcialmente eclipsado y, fuera de él, permaneció prácticamente desconocido hasta la era moderna. No fue sino a comienzos del siglo XIX cuando orientalistas europeos “redescubrieron” los manuscritos de sus viajes. El explorador alemán Ulrich Seetzen adquirió en Oriente Medio en 1808 un manuscrito abreviado de Ibn Battuta, que luego sería publicado en extractos. A partir de entonces surgió un gran interés académico: se localizaron copias completas de la Rihla en bibliotecas de Argelia y París, y entre 1853 y 1859 los franceses C. Defrémery y B. Sanguinetti publicaron la edición crítica en árabe junto con la primera traducción integral al francés. En décadas posteriores la obra se tradujo a otros idiomas europeos (inglés, español, etc.), consolidando la fama de Ibn Battuta como uno de los más grandes viajeros de la historia.

Los especialistas modernos han analizado con detalle la veracidad del relato, generando cierto debate crítico. Algunos ponen en duda que Ibn Battuta realmente visitara todos los lugares que describió, señalando que en casos como su presunto recorrido por el Volga hasta la lejana ciudad de Bolgar o ciertos trayectos en Yemen y Anatolia, probablemente se basó en informaciones de segunda mano. También se ha detectado que sus descripciones de China reproducen pasajes de obras anteriores (como las de Sulayman al-Tayir o al-Umari), lo que sugiere que pudo haberse apoyado en lecturas para complementar su experiencia real. Sin embargo, incluso si la Rihla no refleja al 100% vivencias propias –algo comprensible dada la magnitud del proyecto–, ello no resta valor a la obra. El consenso académico es que Ibn Battuta ofrece un testimonio insustituible del mundo del siglo XIV, con un nivel de detalle y una amplitud geográfica que ningún otro cronista de su época alcanzó. Por tanto, su relato es considerado una fuente histórica de primer orden, cuya fiabilidad general ha sido corroborada en buena medida al contrastarla con otros documentos contemporáneos.

En Marruecos y en el ámbito árabe-islámico, la figura de Ibn Battuta goza hoy de enorme prestigio cultural. Su nombre se evoca con orgullo como el “viajero por excelencia” de la tradición islámica, equiparándolo a un héroe de la curiosidad y el saber. En Tánger –su ciudad natal– existe actualmente un Museo de Ibn Battuta, gestionado por una asociación homónima de historiadores y guías, dedicado a difundir su legado y promover estudios sobre sus viajes. El modesto mausoleo que guarda sus restos en la medina tangerina ha sido restaurado y es punto de encuentro de visitantes locales y extranjeros interesados en seguir las huellas del legendario explorador. Diversos lugares llevan su nombre: el aeropuerto internacional de Tánger se denomina Ibn Battuta en honor al ilustre hijo de la ciudad, y lo mismo ocurre con calles, establecimientos culturales e incluso un cráter de la Luna bautizado “Ibn Battuta” por la Unión Astronómica Internacional. Todo ello refleja la vigencia de su memoria.

Finalmente, en la historia de la literatura marroquí, Ibn Battuta ocupa un lugar de honor como autor clásico. Su Rihla fue reivindicada en el siglo XX por intelectuales marroquíes como parte esencial del canon literario nacional en árabe, evidenciando la aportación específica de Marruecos al acervo de la literatura árabe clásica. Hoy, estudiosos y lectores reconocen en Ibn Battuta a un pionero de la narrativa de viajes y a un cronista excepcional de las maravillas y contrastes de su tiempo. Su legado trasciende fronteras y siglos: nos legó no solo una exhaustiva crónica geográfica, sino también una inspiradora historia personal de curiosidad, resiliencia y encuentro con “el otro”. En palabras de sus traductores modernos, la obra de Ibn Battuta es un relato “excepcional del mayor viajero de toda la Edad Media”, y su autor, un puente literario entre las distintas culturas del mundo medieval cuya influencia perdura hasta nuestros días.


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