
José Montesdeoca
Detrás de la interminable lista de guerras, conflictos, ataques y matanzas ocurridos en Oriente Medio a lo largo de las últimas seis décadas, encontraremos siempre la mano de los Estados Unidos de América, convertida en el gendarme del planeta, tras la II Guerra Mundial. Respaldando todos los crímenes de lesa humanidad de Israel contra los palestinos o el resto de países árabes, enfrentando a todos contra todos para erigirse en árbitro sangriento.
Mantenemos en la memoria colectiva, las invasiones de Irak o Afganistán para “defender la libertad y la democracia”, o provocando la devastadora guerra de Siria-más de medio millón de muertos y diez millones de desplazados-en su intento de hacer caer el régimen de Bachar Al Assad y remodelar el mapa de Oriente Próximo.
La superpotencia norteamericana, hoy liderada por Trump, es la máxima responsable que Oriente Medio sea hoy un barril de dinamita, un lodazal de sangre y polvo. Conviene no olvidarlo ni por un instante.
Pero Rusia es la heredera de la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, la potencia que bajo la bandera roja practicó el más negro fascismo e imperialismo, convirtiéndose al final de la Guerra Fría en la principal fuente de guerras del planeta. Su feliz colapso privó a los pueblos del mundo de su radiactiva y perniciosa influencia, control e intervención.
Hoy la Rusia de Putin-un excoronel de la KGB, procedente de las más hediondas entrañas de la burguesía burocrática fascista soviética-no es una superpotencia, ni puede ya aspirar a serlo-. Pero fiel a su herencia hegemonista, se trata solo de una potencia imperialista en proceso decadente y reducida a la mínima expresión. Agresiva y poseedora de un enorme poder militar, en especial de una abrumadora potencia nuclear. Se guía por sus propios objetivos de explotación y control y no duda en utilizar contundentemente su fuerza bélica y sus aparatos de subversión e intervención para perpetrar todo tipo de crímenes y agresiones (Georgia, Crimea, Siria, Ucrania) allí donde su interés lo dictan. Los pueblos harán bien en prevenirse de esta heredera del fascismo más negro y radiactivo que ha conocido la humanidad, eso sí, sin quitar la vista a lo que haga el auto golpista Trump y su libertaria EEUU.
A los descerebrados Netanyahu, Milei, Meloni, Maduro, Orbán y Ortega, entre otros, mejor dejarlos para otra ocasión.
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