En pleno siglo XXI, y a pesar del acceso masivo a la información científica, persisten creencias profundamente arraigadas que dificultan la labor de los profesionales sanitarios. Uno de los ejemplos más recurrentes es la extendida —y errónea— idea de que el consumo moderado de alcohol tiene beneficios para la salud. Esta creencia, antigua y socialmente aceptada, se ha convertido en una de las más difíciles de desmontar en la consulta médica.

Este fenómeno ha sido abordado en el 31º Congreso Nacional de la Sociedad Española de Medicina General y de Familia (SEMG), celebrado en Las Palmas de Gran Canaria, donde más de 2.500 médicos se reunieron para compartir experiencias y estrategias frente al negacionismo sanitario.

Según el doctor Juan José Rodríguez Sendín, del Grupo de Bioética de la SEMG, la creencia de que “una copa de vino al día es buena para el corazón” representa uno de los mitos más resistentes. Pese a la abundante literatura científica que demuestra lo contrario, muchos pacientes se aferran a esta idea como si de una tradición médica se tratara. «Es una falacia que se mantiene viva incluso en sectores supuestamente informados», apunta Rodríguez Sendín.

El problema se agrava con el papel de las redes sociales, donde figuras con gran poder de influencia lanzan mensajes erróneos que llegan a miles de personas en cuestión de minutos. Frente a esta viralización de desinformación, el médico de familia se ve obligado a invertir tiempo —a menudo escaso— en reeducar, desmentir y recuperar la confianza en la medicina basada en la evidencia. La doctora Cristina Santomé, del Grupo de Residentes y Jóvenes Especialistas de la SEMG, añade que “la ciencia tarda años en refutar lo que en TikTok se convierte en dogma en apenas 30 segundos”.

El alcohol no es el único terreno minado. La medicina de Atención Primaria también enfrenta una creciente ola de rechazo a tratamientos convencionales por miedo a efectos secundarios, el uso generalizado de pseudoterapias sin respaldo empírico, o la fe ciega en suplementos, ozonoterapia, MMS (Solución Mineral Milagrosa) y demás sustancias que prometen salud milagrosa a cambio de ciencia. Ejemplo paradigmático fue el auge de este tipo de prácticas durante la pandemia de la COVID-19, cuando se cuestionaron no solo las vacunas, sino incluso la existencia del virus. La proliferación de teorías conspirativas y la manipulación de emociones básicas como el miedo o la inseguridad contribuyeron a crear un entorno profundamente hostil para la medicina científica.

Este negacionismo médico, lejos de ser anecdótico, impacta directamente en la salud pública y en la relación médico-paciente. La mesa de debate “Negacionismo en Medicina: cuando la evidencia choca con la creencia” ofreció ejemplos concretos de cómo estas ideas afectan al seguimiento terapéutico, a la adherencia al tratamiento y, en última instancia, al pronóstico del paciente. La Medicina Germánica, que niega la existencia del cáncer, o los cigarrillos electrónicos, cuya supuesta inocuidad ha sido ampliamente desmentida, son solo algunos de los muchos ejemplos que hoy se enfrentan a diario en las consultas.

Frente a esta situación, los médicos de familia se han convertido en verdaderos guardianes del conocimiento médico, esforzándose por proteger al paciente no solo de enfermedades, sino también de la desinformación. No se trata únicamente de recetar tratamientos, sino de formar, educar y reconstruir el criterio clínico en la población. Una labor que va mucho más allá de lo clínico y que sitúa al médico como último eslabón de contención ante el caos informativo.

La SEMG insiste en que esta tarea formativa debe ser reconocida y reforzada. Para ello, proponen mejorar la formación en habilidades de comunicación, fomentar la alfabetización científica en todos los niveles educativos y establecer puentes entre los profesionales sanitarios y los medios de comunicación. La colaboración con instituciones públicas, educativas y digitales es vista como esencial para contrarrestar la expansión de bulos sanitarios.

En una sociedad garantista como la española, donde la libertad de expresión está protegida constitucionalmente, atajar judicialmente la desinformación médica no es sencillo. Por ello, la estrategia pasa más por fortalecer la presencia del profesional sanitario como figura de autoridad científica y pedagógica, que por la censura.

Concluye Rodríguez Sendín: “Cada consulta es un espacio donde se libra una batalla por la verdad. Y aunque no siempre se gana, vale la pena lucharla. Porque el conocimiento salva vidas, y también la confianza en quien lo transmite”.

Así, mientras algunos insisten en que una copa de vino al día es buena para el corazón, los médicos insisten en algo más profundo: que el conocimiento riguroso, acompañado de cercanía y diálogo, es la mejor medicina contra la ignorancia.


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