
Belén Almeida Cabrejas, Universidad de Alcalá
Estos días se habla de santa Teresa de Jesús, la escritora mística española del siglo XVI. Su tumba, en la localidad salmantina de Alba de Tormes, donde falleció, se ha abierto para exponer sus restos. Expertos forenses han reconstruido sus facciones a partir de su cráneo y se ha publicado también un estudio sobre las enfermedades que padecía; entre otras, una entesopatía por sobrecarga en el punto de inserción del músculo flexor profundo de los dedos, que pudo haber sido causada por su constante hábito de escritura.
Efectivamente: santa Teresa escribió mucho, no solamente sus numerosas obras, sino también miles de cartas. A veces, sobre todo hacia el final de su vida, se vio obligada por sus dolencias a dictar a otras personas, por lo que se excusa en las propias misivas. La razón que da, normalmente, son dolores de cabeza:
“Está mi cabeza que, aun con no escribir de mi mano, no puedo escribir a Vuestra Paternidad tan largo como quisiera” (carta al padre Jerónimo Gracián, 4 de octubre de 1580).
“Yo, gloria a Dios, voy ya de mejoría, aunque estoy flaca y con muy ruin cabeza, y así no va ésta de mi mano” (carta a don pedro de Casademonte, 6 de mayo de 1580).
Sin embargo, sí encontramos en una ocasión que se queja de su mano y su brazo:
“Parece que quedo curada, aunque ahora, con el tormento, poco se puede entender si lo está del todo; mas menéase bien la mano, y el brazo puedo levantar a la cabeza” (carta al padre Jerónimo Gracián, 7 de mayo de 1578).

Sus obras fueron muy leídas desde antes de su muerte, en 1582, en numerosas copias manuscritas que se realizaron. Y poco tiempo después de morir, se encargó a fray Luis de León que las preparase para la imprenta; la edición apareció en 1588. Pero ya entonces, y aunque fray Luis dice respetar escrupulosamente las palabras de Teresa de Jesús, lo cierto es que se modificaron diferentes aspectos, especialmente la grafía, y algunos casos la fonética. ¿Por qué?
Sin formación ortográfica
Algunas características lingüísticas de santa Teresa la diferenciaban de cómo escribían y hablaban en ese momento personas con una mejor formación escolar, como fray Luis, y de cómo se presentaban las obras impresas.
En la investigación sobre la escritura del siglo XVI y XVII se ha dicho a veces que no había una continuidad en cómo se escribían las palabras, incluso que existía un “caos gráfico”. Sin embargo, lo cierto es que había algunas tendencias muy arraigadas entre las personas cultas que Teresa de Jesús, como otras muchas mujeres (y varones con peor formación), no respetaba. Esto lo comprobamos en sus cartas, donde vemos su escritura rápida y segura, a primera vista difícil de leer, sin puntos ni comas (usa barras como puntuación), párrafos ni mayúsculas.
Corrigiendo a la santa para publicar
Entre otros rasgos muy característicos de la escritura de santa Teresa que no se encuentran en hombres cultos de su época ni, normalmente, en la imprenta, están que no usa x (no escribe dixo, como era lo usual, sino dijo) y que emplea g con valor suave y j con valor fuerte (no escribe guíe, aguilas, virgen o angel, como era habitual, sino gie, agilas, virjen y anjel). Tampoco utiliza h más que en el dígrafo ch (escribe yja, olgado, ablar, etc.), mientras que el uso culto no la eliminaba nunca si procedía de F- inicial latina (como en holgado, hablar, hazer…).
Por otra parte, santa Teresa usa la letra v para palabras que en latín tenían una b intervocálica: aver, escrivir, etc. Esto sí era normal en la época y se había hecho desde la Edad Media, y no se transformó cuando se prepararon sus obras para la imprenta.
Otros rasgos que se encuentran en la escritura de Teresa de Jesús, como anque (en lugar de “aunque”), son también corregidos desde la primera edición. Las ediciones actuales varían en su grado de modificación de la escritura, aunque en general todos esos rasgos tan llamativos de su grafía que hemos citado desaparecen.
También parece característica de santa Teresa la frecuencia con que presenta ciertos cierres de vocales (de e a i y de o a u) en términos como confisión, perfición, teulogía o tiniendo; la palabra, muy frecuente, relisión; o su uso de naide, entre otras. La tendencia culta y de la imprenta fue más bien usar la e (“confesion”, “perfecion”), como se puede ver en su obra, titulada en la versión impresa Camino de perfeción (cuando santa Teresa, en sus cartas, escribe perfición).
Una mujer no culta, pero no inculta
¿Significa esto que santa Teresa era poco culta? ¿Cómo podemos ubicar su escritura? Pues ni más ni menos que diciendo que, en ese momento, escribía como una mujer de su clase y su ocupación solía escribir. Las religiosas, especialmente si ocupaban cargos en los conventos, como priora o abadesa, escribían continuamente, y en muchas de ellas vemos usos semejantes.
La obra de santa Teresa tuvo una enorme influencia en los siglos posteriores, y no es extraño que sea una de las tres únicas mujeres (las tres monjas) cuyas obras son citadas en el Diccionario de Autoridades. En este diccionario, la primera obra de la RAE, se ponen ejemplos de uso de las palabras tomadas de obras relevantes de la literatura española, y santa Teresa, con 599 ejemplos, es citada con notable frecuencia.
No solamente eso: dado que las palabras que recogía el diccionario (publicado entre 1726 y 1739) se decidieron en parte a la vista de las que aparecían en las obras seleccionadas como “autoridades”, muchos términos entraron en el diccionario porque estaban en las obras de santa Teresa.
Entre las palabras ilustradas con citas de Teresa de Jesús están bastantes relativas a la religión (“beata”, “clausura”, “bendecir”) o al pensamiento (“atinar”, “engolfarse”, “curiosidad”), pero también a la vida material (“enladrillar”, “escoba”). Hay muchos diminutivos: “capuchillo”, “encarceladito”, “frailecico”, “centellica”, “devocioncita”… En algunos de estos casos, la única cita que se recoge procede de los escritos de santa Teresa.
Santa Teresa en el diccionario actual
Pero no acaba ahí, en el Diccionario de Autoridades, la influencia de santa Teresa en las obras académicas, ya que este diccionario es la base del actual diccionario de la Real Academia Española: en 1780, para reducir su tamaño, se eliminaron las autoridades, pero se conservó la selección de palabras definidas y su definición. Poco a poco, en las diferentes ediciones desde entonces hasta hoy, se ha ido modificando el lemario (las palabras recogidas), recogiendo nuevas palabras y eliminando otras. Por ejemplo, gran cantidad de los diminutivos teresianos aparece por última vez en la edición de 1869.
Sin embargo, aún quedan en el Diccionario de la Lengua Española algunas palabras originalmente ilustradas con citas de santa Teresa y que muy probablemente se incluyeron por encontrarse en su obra: “transformamiento”, “entrañizar” o “emperadora”, por ejemplo. Estas palabras están marcadas en la edición actual del diccionario como poco usadas, y, curiosamente, tanto “transformamiento” como “entrañizar” se comentan ya en Autoridades como formas poco empleadas, lo que significa que, si se decidieron a incluirlas, fue precisamente por aparecer en una autoridad tan importante como santa Teresa, pues uno de los propósitos del diccionario era recoger la lengua de los grandes escritores de los Siglos de Oro y ayudar a comprenderlos.
Emperadora, herencia de santa Teresa
“Emperadora” es una de las palabras que se mantienen en el diccionario actual y que proviene del Diccionario de Autoridades, donde se ejemplifica solamente con citas de la santa. De esta palabra, el Diccionario de Autoridades da como cita esta del Camino de perfección (o perfeción o perfición):
“… donde tambien pretendí se guardasse esta regla de Nuestra Señora y Emperadora, con la perfección que se comenzó”.
Otras palabras, como “cansoso” o “fontecica”, han desaparecido del diccionario académico en los últimos años.
Santa Teresa, una mujer llena de fe y de vigor, supo aprovechar su asombrosa capacidad de expresión para comunicar, convencer y estar en contacto con una enorme cantidad de personas a lo largo de su vida y crear obras imperecederas. Su manera de escribir con o sin haches, sin zetas o equis era mucho menos importante que su capacidad de hacerlo. Ella reconocía el valor de la comunicación escrita e insistió siempre en que las religiosas de su orden supieran leer y escribir. Pero es muy interesante comprobar cómo su uso de la lengua, brillante, se ancla también en su educación y socialización como mujer en la España del XVI.
Belén Almeida Cabrejas, Profesora de Lengua Española, Universidad de Alcalá
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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