
RAO
Llegar a la tercera edad debería ser sinónimo de plenitud, reconocimiento y respeto. Sin embargo, la realidad suele estar muy lejos de este ideal. Con frecuencia, quienes han sido eminencias en sus profesiones, académicos brillantes o simplemente ciudadanos ejemplares que han entregado su vida al trabajo honrado, ven cómo con el paso de los años se convierten en figuras casi invisibles, tratadas con indiferencia y, a veces, con evidente falta de respeto.
La cotidianidad de nuestros mayores se convierte en un rosario de pequeños y grandes agravios. Visitar un banco o una aseguradora se ha transformado en una prueba de resistencia física y emocional: las colas interminables, la indiferencia o impaciencia de los empleados frente a personas que requieren algo más de tiempo para entender complejos trámites digitales, los procesos despersonalizados que ignoran las dificultades propias de la edad… todo ello genera un sentimiento de marginación que no debería tolerarse en una sociedad que se dice avanzada y sensible. Entrar en las barreras arquitectónicas sería motivo de mayor espacio, simplemente es una vergüenza.
Benito Pérez Galdós, con su novela «Misericordia», ya retrató magistralmente la marginación y el abandono social que padecían los ancianos y los más vulnerables en el Madrid del siglo XIX. Hoy, más de cien años después, las páginas galdosianas siguen siendo un espejo incómodo donde podemos reconocer nuestras propias miserias. El desamparo y la falta de consideración hacia los mayores, que deberían estar protegidos y valorados, siguen presentes con preocupante vigencia.
¿Dónde queda el respeto ganado tras décadas de dedicación, esfuerzo y trabajo? ¿Qué sucede con la dignidad y la autoestima cuando el mundo que ayudaste a construir te empuja hacia los márgenes? Nuestros mayores no deberían enfrentarse solos a una sociedad que se mueve a toda velocidad y que les exige adaptarse a tecnologías y procedimientos ajenos a su realidad y a sus necesidades.
Es necesario reflexionar sobre cómo estamos tratando a nuestros ancianos. La vejez debe recuperar su valor, reconociendo en cada persona mayor un depósito de experiencia y sabiduría indispensable. De lo contrario, seguiremos siendo una sociedad incompleta, injusta e incapaz de agradecer todo lo recibido. Que las palabras de Galdós no sean en vano, sino una invitación a cambiar nuestro modo de relacionarnos con aquellos que han dado lo mejor de sí mismos para construir el presente que ahora disfrutamos.

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